ULISES Y EL CICLOPE

ULISES Y EL CICLOPE


Ya terminada la Guerra de Troya y después de haber destruido y saqueado, los vencederos iniciaron el regreso a sus reinos. Echaron al mar Egeo sus naves llenad de los tesoros ganados en batalla.

Navegaba pues “el prudente Ulises” con todos sus compañeros. Iban en doce naves la que eran empujadas por vientos favorables que los llevaban a su lejana patria, la isla de Ítaca. Allí, a Ulises lo esperaban su fiel espeso, Penélope, su familia y su Reino.

Sin embargo, a medio viaje, estando cerca de una isla en la tierra de los cíclopes, Ulises vio una gran gruta en la playa. Lleno de curiosidad, eligió a doce de sus hombres y fue remando hasta ese lugar para averiguar quién Vivian allí. Pronto descubrió que quien habitaba el lugar era un hombre solitario y gigantesco, que pasaba sus días cuidando su rebaño. Era un monstro horrible con un solo ojo en la mitad de la frente.

Entraron en la gran cueva, mientras el hombre no estaba. Ulises cuenta: - Nos pusimos a contemplar con admiración, el lugar. Había despensas llenas de quesos y grandes botellas de leche. También había establos llenos de corderos, ovejas y cabritos. Eran tanto lo que había que los compañeros empezaron a suplicar que nos lleváramos algunos quesos y algunos corderos y que regresáramos al mar. Sin embargo, Ulises no se dejó convencer, pues quería conocer aquel hombre y probar su hospitalidad. Mientras esperaban al habitante misterioso, hicieron fuego, comieron algunos quesos y bebieron vino.

El hombre regreso con su rebaño. Cerró la entrada de la gruta con una gran roca, la que movió con sus poderosos brazos. Era una roca tan grande, que no la hubieran podido mover ni veintidós carros jalados por bueyes. Se sentó a ordeñar sus cabras y a batir la leche para hacer queso. Al terminar ese trabajo, encendió el fuego. En ese momento vio a los hombre y les hablo amigablemente, pero con una voz tan potente, que los corazones de Ulises y sus compañeros se llenaron de temor.

Sin saber como iban a salir de ahí, Ulises quiso engañarle diciéndole que estaban allí porque su nave se había estallado en la costa y que milagrosamente había saldo sus vidas nadando hasta la isla.

Esto no pareció impresionar al cíclope que llamaba Polifemo. Viendo la reacción de Polifemo, Ulises, de forma calmada, invoco las leyes de la hospitalidad que Zeus, dios de los dioses, ordenaba.

Eso molesto más al gigante quien, con su voz tonante respondió que los ciclopes no le tenían miedo ni a Zeus ni a los otros Dioses.

Dicho eso, el cíclope se levantó, agarro a dos de los hombres de Ulises, los despedazó y se los fue comiendo. No dejo ni los huesos.

Aterrorizados, implorando a Zeus y con el corazón lleno de desesperación, los otros contemplaron la horrible escena. Empezaron a pensar como huir de ese espantoso lugar.

Polifemo, después de devorarse a los dos hombres, bebió una gran botella de lecha y se acostó a dormí en medio de las ovejas y de las cabras.

Mientras tanto, los hombres pensaban como matar al ciclope. Lo primero que se les ocurrió fue clavarle sus espadas en el pecho y matarlo mientras dormía. Sin embargo recordaron que, si lo hacían, no podrían mover la gran roca con la que el monstruo había cerrado la cuerva. Lo único que les quedo fue esperar a que amaneciera.

Por fin amaneció. El ciclope se levantó, quito la enorme piedra y después de desayunarse a otros dos hombres, saco su rebaño y se marchó al campo. En ese momento, Ulises vio en el suelo una gran rama de olivo verde que tenía el tamaño del mástil de una vela y se le ocurrió una idea. Cortaron un pedazo, del tamaño de un reno la sacaron punta en uno de los extremos y lo endurecieron con fuego. Lo escondieron y esperaron a que el ciclope regresara.

Polifemo regreso y guardo su rebaño. Ulises, fingiendo temor, le ofreció al ciclope una gran copa de vino fuerte y sin agua, le gusto tanto el vio al gigante, que le pido más y más. Ulises llenó una copa tras otra con el delicioso vino, hasta emborracharlo. En ese momento, Ulises le dijo: - Oh gran ciclope pelifemo de poderosas voz, ¿Sabes cuál es ni nombre? Te lo voy a decir. Mi nombre es Nadie. Nadie me llaman mi madre, mi padre y todos mis compañeros desde el día que nací.

El ciclope le respondió: - Pues a Nadie me lo comeré de último. Ese será el gesto de hospitalidad que te debo y que te ofrezco.

Después de decir eso, se tiró hacia atrás y cayó de espalda vencido por el sueño.

En ese momento, los hombres calentaron el fuego vivo la gran estaca, la levantaron con gran esfuerzo y la clavaron en el ojo del ciclope. Polifemo dio un fuerte y horrendo grito, arranco la estaca llena de sangre de su ojo y la tiro lejos. En ese momento se puso a llamar a gritos a los demás ciclopes, quienes llegaron de inmediato y le preguntaron la razón de sus lamentos y doloridas quejas.

Polifemo, llorando de dolor respondió: -¡Nadie me mata con engaños, no con fuerza! Entonces los otros ciclopes le respondieron: - Pues si nadie te hace daño estando solo, no es posible evitar la enfermedad y el dolor que los dioses envían y no hay nada que podamos hacer. Diciendo eso, se fueron.

Enfurecido y ciego, Polifemo, tocando por todo los rincones, buscando a quienes lo habían herido. Los hombres se escondieron y el ciclope no los encontró.

Llego la mañana y sabiendo que debía sacar su rebaño a comer, movió la gran roca que sellaba la entrada de la cueva empezó a sacar el ganado. A cada animal le tocaba el lomo para ver si sobre ello trataban de escapar sus enemigos. Lo que nunca imagino fue que cada uno de los hombres se había escondido debajo del lanudo vientre de los animales más grandes. Así fue como escaparon de una segura y horrible muerte.

Enfurecido, Polifemo le dio a su padre Poseidón, el dio del mar, que hundieran las naves de sus enemigos y que no les permitirá volver sanos y salvos a sus hogares. El dios Poseidón escuchó la queja de su atormentado hijo y se encargó de hacerle muy difícil el viaje de regreso, pero esa ya es otra historia…


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